¡Oye, Sibelius!, cómo hago en Pompeya
para detener tu horrible música.
¡Oye, Jan!, cómo saco de aquí tu rostro.
La lluvia cae sobre el cinc y hay un
vidrio roto, entra el frío y siento el fracaso
griego en los ojos.
¡Maestro Sibelius!, una decena de criadas
no dan tres centavos por tu música
y el médico que regresó de Francia y
atiende mi mal opina que tú aburres a las moscas.
Dejé el Nacional, Sibelius, pensando que yo era
la reencarnación paseando por la avenida Sáenz,
y el aire corté con la batuta en los bañados.
Ahora los albañiles necesitan de mí y el farmacéutico
Y la mujer de caspa cetrina llora si no transcribo
su martirio. Todo es confusión, maestro Sibelius;
hubiera sido yo Gardel, o un chacal del África
soñando la lívida muerte por Pompeya.
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