Helena Rubistein / Poems (Alberto Muñoz / Los apestados , En Danza, 2016)

Helena Rubinstein Salon, New York, 1958 © The Inge Morath Foundation/Magnum Photos


Hablábamos de la piel, de la tersa y de la otra. Una cáscara bonita, nupcial.Como los viejos inodoros donde la mano recorría suave la loza blanca atrevida estoy en ti, Helena, metido en el pote de tu crema diletante.

Yo amé los días de sol, llevo el lóbrego parentesco con saurios que sobre piedras se echaban hasta la primera ventisca; tuve un cuerpo atenuado, músculos y mucha bencina. Fumaba y leía. Amaba las plantas.

La piel es liquen. Ramifica, se estira y se destempla como los tambores. Muere con el sol. Al sol. Tengo que mostrarte las heridas. Tengo que desnudarme y ofrecerte las que han cerrado.

¿Por qué tengo la piel roja? ¿Qué ungüentos hay Helena para esta tablatura? La música que compuse, toda, responde a este modo hipertenso, a esta sangría que se mueve en la cabeza como un río de lava.

Necesito una piel tersa, hidratada, como la de san Bartolomé mártir,  una seda natural sin la espiga del dolor, un mármol. Como si un sueño no pudiera escapar de su pabellón, porque una columna de soldados sin piel viene desgarradoramente a saltar la muralla.

Abro tu caja, Helena, abro tu saco de belleza. Me embadurno. Quito las pequeñas costras que toman mi rostro como las almejillas de río cuando se adhieren a los muelles. La cara siente la ceniza del viejo volcán. La piel quita la grasa de su mesa; los convidados exprimen los limones.

Las heridas no abiertas no disponen de cabeza. Las abiertas no pueden ser miradas mucho tiempo. Son libros de arte hechos polvo. Los sonidos mi cuerpo no llegan nunca a estar desnudos, la ira es propia de este oxigenado.

De ser mujer sería una virgen martirizada. Quiero algunas de tus cremas, Helena, para bajar el músculo de la piel que cubre toda la música de mi cabeza. Hay un escondite en esos agujeritos de la piel que pueden ser fotografiados y enviados a Japón o a un congreso donde se vaya a llorar.

La nariz ha decidido convertirse en animal. Agranda los poros y deja que el lunar agresivo forme parte de la cabeza de la bestia. Tengo un erizo debajo de los ojos. Me has acariciado tanto que parte del erizo es tu melancólico modo de atenderme. 

Cruje algo en la frente. Busco tus maquillajes, Helena. Hay una cremita rosada que evita la picazón y la solemnidad. La extiendo suavemente con el índice sobre la herida. Calma. Una calma que pareciera venir del río o de una vena de la propia nariz, pequeña como tu sonrisa. 

Voy a encontrarme con Estelita, mi amor, que me quiere aun así, siendo un hollejo. El aire gasta su cacería en esta tardecita fresca. 

Paseamos, nos sentamos en un banco público y nos mostramos la piel. Me excita ver eso que veo por debajo de eso que lo cubre. Quiero poner la boca ahí, en público. Quiero chupar y que me vean. 

Me toco un lunar, tiene el aspecto de todo París en una vista aérea. Hay algo de tristeza en este triunfo. Van a practicarme una cirugía debajo de un ombú. Me decís palabras dulces para que no sienta el efecto del dolor. Soy tu anestesia —me decís— y me tocás con una lapicera. 

Helena me ha maquillado para nuestro encuentro. Te voy a tocar hasta que el tacto se canse de tu enorme organismo. Voy a meter los dedos en cada avenida, en cada parte alta. Quiero escuchar tu voz diciendo: "Amor, ésta es la ciudad que te había prometido". 

Estamos en una cama grande como el tiempo. Te muestro todas mis heridas y las divido en actos. Las entono, canto cada herida y te veo cerrar los ojos. Estás gozando lo más que se puede sin que seamos un amor. Helena me ha maquillado una herida del talón para este encuentro. 

Tengo fiebre. A veces la fiebre conspira. Yo vi y escuché delirar a mi madre. Ella estuvo formada en las radas de la doctora Paiva y en los confines tuyos, Helena. Presencié más de una vez un masaje facial en su casa de belleza, a escondidas, detrás de un biombo con motivos orientales. 

Es la primera vez que alguien dice amarme, y no por mi bondad ni por mi agradable conversación, ni por mis seis álbumes de filatelia completos, ¡por mi piel! No tengo arrugas, solamente tumores que irán desapareciendo en los quirófanos, ¡por mi piel! Tocar mi piel es oler una fruta, es silbar. Todo te lo debo, Helena Rubinstein. 

Estoy permanente. Por las heridas de mi cuerpo me vuelvo permanente. 

en Los apestados / Heráclito nada (En Danza, 2016)

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